jueves, mayo 1, 2025
Cuba

la mala lectura, la pésima escritura


LA HABANA, Cuba. – Es muy probable que después de dedicar una rápida mirada al título con el que distingo estas líneas se hagan escasos los lectores y que hasta les dé por suponer que ando enredado en la escritura de un texto cuyo centro podría ser la celebración de Halloween, sobre todo si ya hicimos una muy clara referencia a la calabaza, pero les recuerdo que aún no llegó el mes de octubre, y es poco probable que, para entonces, tengamos alguna luz que nos permita alumbrar las calabazas y concretar esa celebración.

Y esa referencia a la calabaza tiene ver con cuestiones de un orden mucho más práctico, muchísimo más terrenal, y miserablemente cubano. Resulta que hace unos días entré al puesto de viandas más cercano a mi casa con la esperanza de hacer algunas compras, pero lo que allí miré me dejó con la boca abierta, más abierta que aquella boca que nos legara Munch; esa cara, y aquella boca, que conocemos como El grito.

Y con solo entrar al agromercado percibí aquel cartón que, levantándose desde el suelo se recostaba a la pared. Y en ese cartón escribió alguien una advertencia breve, más bien insólita. “Dieta especial para niños de calabaza”. Así escribieron los empleados del agromercado, para que lo leyéramos nosotros, los compradores, quienes quedamos asombrados, aturdidos, y en medio del desasosiego.

Lo insólito de lo que allí estaba escrito provocó, en unos pocos clientes, una sonrisilla socarrona, pero la grandísima mayoría no reconoció el disparate. Quizá mi carcajada, esa que dejé escapar mientras leía el “cartelito”, fue pasada por alto, o simplemente advertida como un desafuero emocional, como un signo de locura, quizá como una irreverencia con la que yo pretendía llamar la atención de los otros.

“Dieta especial para niños de calabaza”, leí una y otra vez, y también recordé esos discursos del poder cubano y su insistencia en hacer notar al mundo entero que somos un pueblo culto, aunque sean muchos los que no sepan conseguir la corrección de dos líneas de escritura. “Dieta especial para niños de calabaza”, eso escribieron, cuando lo más correcto habría sido fijar: “Dieta especial de calabaza para niños”.

Sin dudas, los “redactores” no pudieron, no supieron, dar un orden correcto a los elementos que formaban la expresión, y eso creó una ambigüedad, una “mala lectura”, aunque el reconocimiento de esa realidad tan absurda en la que vivimos, nos haga entender, y muy rápidamente, que calabaza no modifica a “niños”, sino a “dieta”. También pudieron resolver el entuerto de otro modo; pudieron escribir: “Dieta especial para niños / Calabaza, a 2,80 la libra”.

Y todo eso que les cuento sucede en un país hambreado en el que él racionamiento es un cáncer devastador y donde hay que hacer malabares para conseguir lo que ocupará el plato del almuerzo, ¿el de la cena? Nuestras sentadas a la mesa del desayuno, del almuerzo y de la cena se han hecho improbables, y lo más digno es salir pronto de esas tribulaciones.

Lo más recomendable hoy es comer con el plato en la mano y caminando por la casa, sin hacer el reconocimiento de lo que ocupa al plato, y mucho menos ocuparse en la redacción de un texto que anuncia la venta de calabaza. Comer en Cuba es una de las más grandes tribulaciones.

Y poco importan la ortografía, las incorrecciones de la escritura, si se reconoce que el desayuno no existe y que las comidas son muy menudas. Nuestras mesas son hoy muy pesarosas, y poco importarán los cubiertos, los manteles de hilo o el bordado en las servilletas. Bastará el dorso de una mano para limpiar las comisuras de la boca, la boca toda.

¿Quién hojeará un libro de cocina en estos días? ¿Quién va a contentarse mirando los muchos cubiertos que relucen solos, tan inertes? ¿Qué nos pueden importar la calabaza o la mala escritura que es esa “Dieta especial para niños de calabaza”, si reconocemos los estragos del estómago?

¿Qué importancia tienen las incorrecciones de la escritura si las tripas suenan, se alborotan? ¿Qué importa la escritura elegante y muy precisa si se hace acompañar por platos vacíos? ¿Qué bondades tiene una mesa sobria, la más frugal, la que está llena de escaseces?

Yo no voy a comulgar con Platón y mucho menos con su frugalidad. Yo, que nací, y vivo, en un país hambreado, no voy a comulgar con el estómago vacío. Yo quiero comer y leer a los clásicos de la cocina, y comer, comer, comer, comer todo eso que el comunismo se encargó de poner muy lejos de mi mesa. Yo quiero comer, no conformarme con la canasta básica, con la calabaza que podría ponerme muy amarillo, tan amarillo como un enfermo de hepatitis.



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