miércoles, mayo 21, 2025
Ciencia y Salud

Los desastres climáticos recurrentes disparan el riesgo de depresión y ansiedad, revela estudio


Los desastres climáticos no solo transforman los ecosistemas: también dejan huellas profundas en la mente humana. Un estudio pionero publicado en The Lancet Public Health demuestra que las catástrofes climáticas recurrentes (inundaciones, incendios forestales o ciclones) deterioran la salud mental de forma progresiva, con efectos más severos en quienes experimentan múltiples eventos en cortos intervalos.

Cuando un ciclón arrasa una comunidad, las casas pueden reconstruirse. Cuando un incendio devora un bosque, la vegetación eventualmente renace. Pero ¿qué ocurre con la mente humana tras soportar catástrofes climáticas una y otra vez? El estudio revela que la salud mental se resquebraja de forma progresiva con cada nuevo desastre, especialmente en poblaciones rurales, jóvenes y de bajos ingresos.

La investigación, basada en una década de datos (2009-2019) de 5,000 personas cuyas viviendas fueron dañadas por inundaciones, incendios o ciclones, muestra un patrón alarmante: tras el primer desastre, los indicadores de salud mental —medidos con el inventario MHI-5— caen un promedio de 1.6 puntos. Tras el segundo, el desplome se duplica (3.4 puntos). Quienes enfrentaron tres eventos extremos tuvieron un riesgo 16% mayor de depresión severa.

La cicatriz invisible del clima

El equipo de la Universidad de Nueva Inglaterra (Australia) descubrió que el tiempo entre desastres climáticos es clave. Cuando ocurrían con 1-2 años de diferencia, el impacto psicológico era más abrupto que si había un intervalo de tres años o más. Además, la recuperación se volvía más lenta: tras un primer evento, había señales de mejoría a los 12-24 meses; tras el segundo, el deterioro se prolongaba sin retorno claro al estado basal.

«Es como si cada nuevo desastre reabriera heridas emocionales previas. El estrés acumulado supera los mecanismos de resiliencia», explica la Dra. Amy Lykins, autora principal del estudio. Los datos son contundentes: el 40% de quienes sufrieron dos catástrofes y tenían condiciones de salud crónicas reportaron cuadros de ansiedad severa, frente al 22% del grupo no expuesto.

El estudio no ha escapado a las críticas. Paul Valent, presidente jubilado de la Australasian Society for Traumatic Stress Studies y psiquiatra del Monash Medical Centre, reconoce el avance estadístico del trabajo pero cuestiona su alcance: «Li y Leppold demuestran que los desastres recurrentes aumentan trastornos como el TEPT, ansiedad o depresión. Su lógica es impecable, pero reducen la salud mental a un puñado de síntomas medibles. Ignoran el duelo, la ira, las consecuencias psicosomáticas (infartos, derrames) o el impacto social (divorcios, delincuencia). Es como analizar un terremoto midiendo solo grietas en paredes, no el colapso de cimientos».

Valent, pionero en el estudio del trauma colectivo, advierte: «Las catástrofes activan el hemisferio cerebral derecho —el de las emociones y el caos—, pero este estudio las mide con herramientas del hemisferio izquierdo —lógicas y numéricas—. Es útil, pero insuficiente para captar la devastación humana».

El análisis estratificado identificó quiénes cargan con el mayor peso. Sobre todo los jóvenes entre 18-30 años, quienes mostraron peores indicadores que adultos mayores, posiblemente por menor estabilidad económica.

Los habitantes de zonas rurales, quienes tienen acceso limitado a servicios de salud mental post-desastre agravó los efectos. Y los hogares en pobreza, con un ingreso bajo multiplicó por 1.7 el riesgo de deterioro mental tras el segundo desastre.

En contraste, el apoyo social emergió como un escudo: quienes reportaron redes sólidas de familiares o amigos tuvieron caídas un 34% menores en su salud mental.



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