sábado, marzo 22, 2025
Cuba

otra victoria de la sociedad civil cubana


LA HABANA, Cuba. – Después de meses de lucha y desvelos, el niño cubano Geobel Damir Ortiz Ramírez pudo ser trasladado al Hospital Nicklaus Children’s, en Estados Unidos, con el fin de recibir tratamiento para la neurofibromatosis tipo I que padece, a la cual se suma ahora una leucemia avanzada que le diagnosticaron en Cuba hace poco más de una semana. El esfuerzo de la comunidad cubana en el exterior, que se movilizó para apoyar el reclamo de la madre de Damir, y la campaña promovida por activistas dentro de la Isla, no solo hicieron posible que una nueva oportunidad para el niño se materializara; también se convirtieron en un mecanismo eficaz para desvelar las carencias materiales, humanas y éticas que corroen al sistema cubano de salud. 

No es la primera vez que un niño con una enfermedad rara queda a merced de instituciones que solo pueden ofrecer paliativos bajo el pretexto de que es un caso entre miles y el país no dispone de recursos para atenderlo por culpa del “bloqueo” estadounidense. Esa es la respuesta que reciben los padres desesperados, a quienes, en muchas ocasiones, ni siquiera se les informa en detalle sobre el mal que padecen sus hijos y hasta dónde puede llegar la medicina cubana en su curación. La propaganda que por décadas ha funcionado como fachada humanitaria para una dictadura que pone su propia supervivencia por encima del bienestar de sus ciudadanos, es respaldada por el silencio, la ambigüedad y la complicidad de médicos que ocultan información u ofrecen diagnósticos a medias por tal de no reconocer que la “potencia médica” no puede disputarles esos pacientes infantiles a la muerte, en un país donde mucho se habla del cuidado a la niñez, de la elevada calidad de los servicios de salud y de la existencia de equipos e insumos de alta tecnología para diagnosticar y tratar.

El caso de Damir y otros han demostrado que nada hay más lejos de la realidad. Todos están conectados por varios denominadores comunes: la insuficiencia de un sistema de salud ―desactualizado y plegado a directrices ideológicas por encima de toda vocación humanista―, la  criminal negativa por parte de los médicos a redactar resúmenes donde se explique la condición del paciente y el tratamiento recibido en Cuba, así como el reconocimiento explícito de que su enfermedad no es tratable en ninguna institución médica dentro de la Isla, y una tensa carrera contrarreloj que parte de un llamado de auxilio en redes sociales, pasa por la movilización en tiempo récord de activistas y cubanos comprometidos a gestionar un hospital dispuesto a atender al paciente, recaudar fondos y tramitar su traslado, todo ello sin que los familiares del menor dejen de recibir respuestas esquivas y aplazamientos por parte de los médicos, y presión a manos de la Seguridad del Estado.

Referirse a Cuba como una potencia médica es pura falacia. El éxodo masivo, el progresivo deterioro de un sector esencial que demanda ingentes recursos y cuyo funcionamiento recae sobre un Estado indigente, el alza desproporcionado de las inversiones dirigidas a renglones de la economía ligados a los intereses de un grupo de poder en detrimento del gasto en salud pública, así como el aumento de la delincuencia dentro de ese mismo sistema, tienen sus raíces en el voluntarismo político, la necedad y la decisión gubernamental no expresada, pero firme, de que la sanidad y la calidad de vida de los ciudadanos dejen de ser una prioridad.

Además del caso de Damir, CubaNet ha publicado las historias de otros pacientes que han sufrido la desidia institucional, el peloteo, el acoso e incluso la mentira hasta el último momento, cuando para sus hijos casi era muy tarde. En dos ocasiones, lo fue.

Cristian Miguel Bencomo murió en agosto de 2023 porque no se le pudo realizar un trasplante de hígado. A pesar de que sus padres consiguieron un donante, el hospital no tenía recursos ni especialistas para efectuar la cirugía, de modo que comenzó el largo y estresante proceso burocrático para que el niño recibiera asistencia en el hospital La Paz, en España. Las autoridades de Salud Pública aseguraron al padre de Cristian que por la parte cubana todo estaba listo, pero luego se supo que el centro médico español había pedido una solicitud formal con las firmas y cuños autorizados, y nunca les fueron enviados. Cuando murió el pequeño Cristian, había otros siete niños en el Hospital Pediátrico William Soler esperando por un trasplante de hígado.  

Algo similar ocurrió con Ashley Manuela Echaide Mesa, quien sufría de atresia biliar. Su madre enfrentó los mismos obstáculos. Los médicos le dijeron que no podían hacer constar en el resumen de historia clínica que el país no tenía personal calificado ni recursos para realizar un trasplante de hígado, y el director de trasplantes a nivel nacional la citó no para ayudarla, sino para reprocharle que hiciera viral el caso en redes sociales. Cuando Ashley y su mamá lograron finalmente viajar a México para la intervención quirúrgica, la niña falleció.

El régimen procura evitar que historias tan terribles salgan a la luz por el bien de la imagen oficial. Lo que ha sucedido con el niño Damir, al igual que ocurrió con la pequeña Amanda, ha dejado expuesta la podredumbre detrás de uno de los llamados “logros de la Revolución”, que dejó de serlo hace años y, por lo mismo, quizás para muchos sea solo una raya más en el lomo de un tigre decrépito y enfermo.

Lo que sí es una novedad es el alcance y la eficacia de estas campañas impulsadas por cubanos dentro y fuera de la Isla. Eso tiene al régimen nervioso, porque si a algo le teme, es precisamente a la unidad. Cada niño salvado, o al menos llevado a un lugar donde pueda recibir un tratamiento adecuado, es un triunfo para la sociedad civil. Ese trabajo conjunto, esa fuerza y empatía son valores que el régimen intenta menoscabar y desacreditar, porque nada le aterra tanto como ver a los cubanos articularse como ciudadanos libres, compasivos, solidarios y con un profundo sentido de la justicia.

Cada niño que no ha podido sobrevivir porque en Cuba no hay recursos, es un puñetazo en pleno rostro de un sistema de salud mediocre, subordinado a los caprichos de un poder excluyente que tacha a sus críticos de “excubanos” y obliga a sus propios médicos a violar los preceptos éticos de una profesión que ha sido, desde tiempos inmemoriales, honor y sacramento.



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