Rafael Trejo y la manía de los mártires de la revolución
La madre de Trejo, convertida en símbolo por la propaganda, sufrió en carne propia la represión del régimen castrista que decía honrar a su hijo.
LA HABANA, Cuba.- Hace 95 años, el 30 de septiembre de 1930, durante una manifestación contra el gobierno de Gerardo Machado en la calle San Lázaro, a unos pocos cientos de metros de la escalinata de la Universidad de La Habana, resultó mortalmente herido por un disparo de un policía el estudiante de Derecho de 22 años Rafael Trejo.
Conducido al cercano Hospital de Emergencias, Trejo falleció unas horas después, el primero de octubre, a consecuencia de una incontrolable hemorragia interna.
Trejo y los demás manifestantes, convocados por la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), se proponían marchar hasta la casa del profesor Enrique José Varona para apoyar su rechazo a la Prórroga de Poderes que, violando la Constitución, convirtió en una dictadura al gobierno de Machado.
Se suele afirmar que Rafael Trejo fue la primera víctima del régimen de Machado, pero no es así. Antes que él, en 1928, fueron asesinados dos líderes sindicales cuyos cadáveres aparecieron en el mar. Y Julio Antonio Mella, en 1929, en México, si se cree en la versión que asegura que quienes mataron al líder juvenil fueron sicarios de Machado y no del Partido Comunista mexicano por órdenes del Kremlin, en castigo por sus vínculos con los trotskistas.
Trejo murió cuando forcejeaba con un policía, tratando de quitarle el revólver. Al policía se le escapó un tiro que hirió mortalmente al estudiante. Si Trejo hubiera logrado quitarle el arma al policía, quizás el muerto no hubiera sido él, sino el represor, y Trejo habría sido un revolucionario armado más de los grupos que tanta violencia derrocharían en las siguientes tres décadas y que terminarían dando al traste con la República en 1959.
Los castristas siempre han calificado como “mártires” a los muertos en las luchas revolucionarias que, según la historia oficial, ha sido una sola, desde el Grito de La Demajagua hasta la revolución de Fidel Castro.
Invariablemente dicen que esos “mártires” fueron asesinados, aunque hayan muerto peleando con las armas en la mano, o como Urselia Díaz Báez y Enrique Hart, despedazados por bombas que iban a colocar y les explotaron en las manos. Sin embargo, ignoran a los muertos del terrorismo del Movimiento 26 de Julio y a las víctimas de su represión, como Diurvis Laurencio, el joven que fue baleado por la espalda por un policía en La Güinera, durante las protestas del 11 y 12 de julio de 2021 (11J).
A Trejo también lo ha incluido la historiografía oficial en su larga lista de mártires. No obstante, a Adela González, su progenitora, que murió en 1964, a pesar de que quisieron utilizarla como “madre de un mártir” con fines propagandísticos, le fue muy mal con el régimen castrista.
Sé de lo que hablo, me consta. Adela y Rafael, los padres de Felo (como en mi casa llamaban al difunto) eran muy amigos de mis abuelos paternos, Antonio y Margot, y de su hija Graziella, mi tía. Fue una amistad forjada durante la lucha contra el régimen de Machado, entre proclamas, tiros, petardos, escondites y persecuciones policiales, y resistió todos los embates de la vida durante más de 40 años.
Felo había sido compañero de aula de Graziella en la Facultad de Derecho. Lo recordaba como “un trigueño muy lindo”, que no se parecía físicamente a su hermano menor, Mayito, cegato y menos atlético, y con el que siguió la amistad durante décadas, hasta que ambos murieron en el exilio en los Estados Unidos.
Antes de mudarse para la Habana Vieja, los Trejo vivían en un caserón de tres pisos en la calzada de Diez de Octubre, entre las calles Luz y Altarriba, en La Víbora, a unos 400 metros de la casa de mis abuelos.
Cuando pasábamos por allí, me decían: “Mira, en esa casa nació Rafael Trejo”. Y yo miraba y lo que veía era una cuartería que necesitaba a gritos una reparación general, pintura y agua en las tuberías para que los vecinos no tuvieran que cargarla en cubos.
Al padre de Trejo, que fue concejal por el Partido Auténtico, no lo conocí. Murió antes de que yo naciera. Pero a Adela, la madre, la recuerdo como una viejita bondadosa que visitaba mi casa —y nosotros la de ella— con frecuencia. Adela Trejo y María Luisa Laffita, una veterana de la Guerra Civil Española, eran como hermanas de mi abuela Margot, y mis hermanos y primos las llamábamos tías.
Por su amistad con Polita Grau, Adela se le hizo sospechosa al G-2 y registraron su casa. Durante horas, lo viraron todo al revés. Adela se puso muy nerviosa y tuvo diarreas. Cuando pidió permiso para ir al baño, le advirtieron que tenía que dejar la puerta entrejunta para que pudiera ser vigilada. Finalmente, nada hallaron y se fueron, luego de disculparse “por las molestias ocasionadas”. Recuerdo la indignación de mi abuela cuando supo del registro. Exclamó: “Hijos de puta! ¡Abusadores que son estos comunistas! ¡Coño, Felo no murió para esta mierda!”.
En cada aniversario de la muerte de Felo Trejo vienen a mi mente esos recuerdos de mi niñez. Máxime en estos días, a propósito del concierto dispuesto como una trampa en todos los sentidos, abarrotado de segurosos y con la presencia de Díaz-Canel que dio Silvio Rodríguez, con kufiya palestina sobre los hombros, en la escalinata de la Universidad de La Habana.
El cantautor supuestamente iba a dedicar el concierto a los estudiantes que protestaron contra el tarifazo de ETECSA, pero terminó halagando a los lidercillos de la FEU que capitularon y a los babosos de la nostalgia por “el viejo gobierno de difuntos y flores” que buscan en vano el modo de conectar con los jóvenes de hoy y domesticar sus rebeldías.
¡Qué decepcionados se sentirían Trejo, Mella y Echeverría con esta FEU sometida y sumisa de hoy!