Cuba vista desde Taiwán
Puerto Padre, Cuba. _ Cual opúsculo del fracaso al éxito, o, apuntes de sociología comparada del dicho al hecho, en estos momentos de crisis existencial que vive el mundo y cuando digo crisis existencial me refiero no sólo a miserias económicas sino también humanas, sobrevenidas por carencias morales, éticas, llevadas, sí, del dicho a los hechos por retruécanos, esos discursos de muchas palabras pero donde solamente una voz, no dicha en la arenga política con mistura de flores y porquerías, pero obrante en todo, sí, ¡jódanse!, va rampante por estos días, en ese contrito contexto nuestra joven editora nos ha pedido una mirada a Cuba desde Taiwán, “por lo que puede representar para una Cuba democrática”, preguntándome en soliloquio yo y valga el pleonasmo:
“¿Y acaso no está por ocurrir que venga China comunista sobre Taiwán como Rusia sobre Ucrania de forma cuasi impune? Entonces se repetiría la historia de cuando los comunistas se hicieron de Cuba”, pensé; recordándome entonces mi díscolo alter ego:
“No, no seas tonto, recién la administración Trump ha rescindido la resolución de los años 70, de la administración Nixon, por la que Estados Unidos, favoreciendo a la China comunista, con el supuesto objetivo de que fuera un contrapeso internacional frente a la Unión Soviética, dejó de reconocer a Taiwán como Estado independiente, eso cambió, y ahora Taiwán para disuadir un ataque de los comunistas chinos, comprará a los americanos algo así como diez mil millones de dólares en armas y municiones de última generación. Y sí, es posible, podemos comenzar otra vez y hacer una Cuba mejor. Como Taiwán”, me dije, haciendo una analogía azucarera cubano-taiwanesa.
Era Cuba el primer productor de azúcar de caña del mundo, consolidada ya esa industria con decenas de centrales azucareros, construidos a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, plantado nuestro suelo con millones de hectáreas de cañaverales, cuando, en 1939, Taiwán ascendió al séptimo lugar en la producción internacional de azúcar. Pero en aquella época en que Taiwán dependía del imperio japonés y enviaba no sólo azúcar sino personas a servir a Japón, no era de extrañar la primacía cubana en la elaboración azucarera dados sus añejos antecedentes.
La caña de azúcar había sido introducida en Cuba en 1516; de 1595 data el nacimiento de la industria azucarera, cuando en las márgenes del río La Chorrera, más tarde llamado Almendares, funcionó el primer trapiche; molinos cañeros que se expandieron por toda la isla, y que ya para la zafra de 1819, sí, ¡cómo no, en 1819!, el primer trapiche movido a vapor produjo azúcar en Cuba.
Hoy Cuba está apagada, en tinieblas, y es bochornosamente criminal que Cuba, el primer país de Iberoamérica que ya en 1889 poseyó el primer sistema de alumbrado eléctrico, público, hoy los cubanos estén a oscuras, con sus plantas generadoras de electricidad miserablemente obsoletas, mientras el régimen totalitario castrocomunista, para sostenerse en el poder mediante las Fuerzas Armadas que ya en 1989 gastaban al año mil millones de dólares, no para de construir hoteles en todo el archipiélago cubano.
Se sabe. Cuando en la década de 1960 comenzó el llamado “milagro de Taiwán”, marcado por su rápido crecimiento económico, por esos mismos años comenzó la dependencia de Cuba de la Unión Soviética, y mientras Taiwán cimentaba su producción industrial para llevarla a lo que llegó a ser en la producción de acero, maquinarias, electrodomésticos, productos químicos, microprocesadores y en suma reconvino su industria al sector de la alta tecnología llevándola a lo que es hoy, líder mundial, en el puesto 15º en el PIB per cápita, estando internacionalmente altamente calificada en libertades políticas, civiles, económicas y sociales con altos estándares en atención a los cuidados de salud, educación y el desarrollo humano todo, los comunistas, nacionales e internacionales, amplificando un discurso de “justicia social”, paradójicamente hundían a Cuba y a los cubanos en una miseria económica y moral atroz, como la estamos sufriendo hoy día.
Pero resulta que mientras en las postrimerías de los años 80 y principio de los 90, mientras los cubanos aplaudían al régimen totalitario comunista que todavía padecen, los taiwaneses se deshacían de una dictadura militar monopartidista, construyendo una democracia multipartidista, que los ha llevado a ser la 21ª economía más grande del mundo, y estamos hablando de un país que sólo cuenta con 35980 kilómetros cuadrados y una población superior a los 23 millones de habitantes, y compárese con la extensión de Cuba, 109 848 km2 y apenas nueve millones de habitantes, de los que algo así como el 88% viven en condiciones de pobreza extrema.
Sí, descarnadamente hablando, hablando sin eufemismos ni sofismas, los taiwaneses no deben caer en manos de los comunistas chinos por una razón sencillísima: del mismo modo que un día lo fue Cuba, Taiwán es un buen proveedor y a la vez un buen cliente de Estados Unidos y del mundo todo, sólo que los cubanos cayeron en la trampa de los retruécanos del discurso comunista mientras que los taiwaneses optaron por lo que podían hacer con sus propias manos. Sí, vista “por lo que puede representar para una Cuba democrática”, según dice mi joven editora, Taiwán es como los destellos de un faro en la oscuridad de la noche. Y necesitados de esa luz estamos los cubanos.