martes, diciembre 3, 2024
Fashion

Eugenia Martínez de Irujo se emociona al hablar de su madre; «Sufrí mucho con su muerte»


Eduardo Verbo

Da igual el día que sea, cuando el reloj marca las ocho de la tarde, a
Eugenia Martínez de Irujo Fitz-James Stuart
(Madrid, 1968) le sacude un sentimiento de nostalgia. Hasta hace 10 años, era a esa hora cuando la diseñadora de Tous
llamaba a su madre para contarle sus cosas
. «En los últimos tiempos, siempre terminaba la conversación con un «te quiero». Antes, nunca me lo había dicho, pero lo empezó a hacer cuando veía que yo se lo decía a mi hija», confiesa con lágrimas en los ojos.
La duquesa de Montoro, menudita y Grande de España a la vez, rompe una de las normas no escritas de la gente entre la que se mueve: no llorar ante extraños, no explayarse sobre las tribulaciones personales. Compostura. Ante todo, compostura.

Sin embargo, a Eugenia nunca le ha gustado transitar de puntillas por la vida. «
Echo muchísimo de menos a mi madre, pero siempre está presente. Hay que pasar ese dolor tan fuerte del principio. Yo sufrí un montón. Poco después de morir, me fui a La Pizana, mi finca de Gerena [Sevilla], y me extrañó lo bien que me sentía. A la semana, entré en barrena. Fue bestial. Ahora sé que me acompaña, que si me pasa algo bueno es que me lo ha mandado y pienso en ella con mucho amor».

MUJERHOY. ¿Cree en el cielo?

EUGENIA MARTÍNEZ DE IRUJO. Necesito creer en algo porque, de otro modo, sería todo más difícil. Pero
no soy religiosa al modo tradicional, sino más bien espiritual. Creo en las energías. Me gustaría pensar que nos volveremos a encontrar.

Su hermano mayor, Carlos, es el heredero de su madre, pero usted se ha convertido en su heredera espiritual.

Bueno, eso lo tendrá que decir la gente, aunque sí, la mejor herencia que me ha dejado es el cariño de muchísimas personas.

Y su pasión por la vida.

Sí, es verdad. Ojalá todos vivamos pensando que es el último día, porque al final estamos aquí y mañana podemos no estar. Cuántos ejemplos tenemos en los que, de repente, te cambia todo.

Vestido de Carolina Herrera; salones de charol, de Christian Louboutin; pendientes de Tous y sello de Eugenia by Tous. /

estilismo: gervasio pérez / foto: sergi pons

La doble Grandeza de Cayetana de Alba

El 20 de noviembre de 2014
murió Cayetana Fitz-James Stuart y de Silva
, la XVIII duquesa de Alba, una mujer querida por los reyes y el pueblo, los ricos y los pobres, los payos y los gitanos. Una aristócrata alabada por «ponerse la vida por montera» y
jugar a ser plebeya, pese a tener cerca de 50 títulos nobiliarios. La periodista italiana Orianna Fallacci se inventó la genialidad de que si la reina de Inglaterra se la encontraba de súbito en un ascensor le tendría que hacer una reverencia.

Para España
desaparecía una figura única esculpida por Benlliure, retratada por Zuloaga y, que cuando zapateaba, según Enrique El Cojo, vibraba como Carmen Amaya. Eugenia se despedía, sencillamente, de su madre. «Su capilla ardiente en el Ayuntamiento de Sevilla fue espectacular… ¡Increíble! Y eso lo consigue alguien con carisma. Vino gente de todo el mundo. Había personas de diferentes generaciones. ¡Incluso niños!».

¿Cuáles fueron sus últimas palabras?

Más que palabras, no olvido que, cuando iba a verla, se le iluminaba la cara. Su expresión me llegaba al alma.

¿Con qué lección se quedó?

No me lo dijo, pero lo percibí. Yo podría haber sido una perfecta gilipollas, así con todas las letras, pero tengo los pies en la tierra.
No me creo más que nadie por haber nacido donde me tocó.

Es una reflexión casi filosófica. Ya lo decía Heidegger: «Somos seres arrojados al mundo». No elegimos ni cuándo ni dónde nacemos. Pero sí podemos escoger
el sentido que le damos a nuestra existencia. Y ella se lo ha buscado. Por ejemplo, en estos días de conmoción por la tragedia sucedida en Valencia, la duquesa de Montoro no ha dudado en compartir en su perfil de Instagram cómo ayudar a los afectados por la DANA. Al fin y al cabo, su madre también era duquesa de Liria, localidad valenciana, y se sentía muy unida a esta tierra.

A su vez, ha colaborado con la Fundación Pequeño Deseo y, actualmente, con la Fundación Querer, ambas volcadas en la
lucha contra el cáncer infantil. Todavía recuerda el primer niño que se le murió. «Me involucré mucho, algo que recomendaban que no hiciéramos. Fue muy impresionante. Su deseo era montar en quad. No pudo salir del hospital y se lo llevamos allí. Esa misma madrugada falleció. Yo me quedé en shock, claro».

Vestido de Giorgio Armani, salones de Christian Louboutin y pulseras de medallones, de Eugenia by Tous. El resto de pulseras son de la protagonista. /

estilismo: gervasio pérez / foto: sergi pons

Eugenia es la única hija que Cayetana tuvo con
el primero de sus tres maridos
, Luis Martínez de Irujo. Llegó después de cinco varones y cinco abortos. «Uno, de siete meses», apunta. Al conocer el sexo del bebé que había nacido sanísima, su padre regaló una paga extra a los trabajadores del Palacio de Liria de Madrid. Margarita, la nannie de todos los hijos de los señores, o Florián, el cuidador de los caballos, estaban exultantes. Las felicitaciones llegaron de todo el mundo. Jackie Kennedy, que había estado dos años antes en el Palacio de Las Dueñas y había disfrutado de la Feria de Abril, le escribió una emotiva carta a su amiga española. «He estado revisitando la correspondencia hace poco y es increíble el afecto que se tenían», añade Eugenia, quien
recuerda una infancia feliz.

Le pusieron ese nombre en honor a la
reina Victoria Eugenia
, abuela del rey Juan Carlos, de cuya Casa en el exilio fue jefe su padre. Él fue la gran herida de su infancia, tras su temprana desaparición en 1972 a los 52 años, a consecuencia de un cáncer. «Murió cuando yo tenía tres años. Pero recuerdo que
me leía cuentos todas las noches. Le dábamos de comer a los personajes con una cuchara».

La esposa de Alfonso XIII le regaló a la pequeña Eugenia un medallón de turquesas que, de algún modo, marcó su futuro laboral: desde hace 27 años es
diseñadora de joyas para la firma Tous. «Es la relación más larga que he tenido», presume la duquesa de Montoro, que conoció a Rosa Tous cuando, por iniciativa propia, le propuso hacer algo creativo. Le enseñó unos dibujos que había realizado al albur tras romperse unas témperas y a la icónica joyera barcelonesa le encantaron. La primera colección se llamó Folklore. «Mi hija también es muy flamenca. ¡Se parece a mi madre! Pues no estaría orgullosa de su nieta», ríe.

De pequeña, Eugenia quería ser oceanógrafa, «porque admiraba a Jacques Cousteau», pero también amazona, ya que montaba y no se le daba nada mal. En cambio, llegada la adolescencia,
decidió no estudiar y regentó una tienda de ropa en Sevilla llamada Ciencias Naturales, pero no salió bien. También vendió los libros del intelectual Franco María Ricci, estrecho colaborador de Borges. Sea como fuere, el arte siempre corrió por sus venas. Su madre pintaba naíf y su padre creaba maquetas. «Por ejemplo, tenemos la que hizo de Las Cañas, la casa de Marbella», cuenta con orgullo Eugenia, cuyo abuelo materno, Jimmy, también fue íntimo amigo de Howard Carter, descubridor, hace un siglo, de la tumba de Tutankamón.

Así, colección tras colección,
Eugenia se ha convertido en una marca de éxito por méritos propios. Su última línea, con la que posa en estas fotos, está dedicada a la XIII duquesa de Alba, cuyo retrato de Goya se puede observar
en el Palacio de Liria
. «Es mi personaje favorito. Tuvo una vida fascinante. No tuvo hijos. Bueno, adoptó a una niña negra, María de la Luz. Por eso, el ducado pasó a su primo, Carlos Miguel, que era un gran coleccionista». En un mundo tan digital, donde la Inteligencia Artificial supone un reto pero también una amenaza, la cultura es un valor al alza, un desafío contra las máquinas.

Gracias a su trabajo en Tous, la diseñadora
ha puesto en valor la herencia de sus antepasados a través de piezas icónicas que nos acercan, de una manera original, a los personajes más relevantes desde la noche de los tiempos. En 2019, sacó La XIII, donde, en vez de a la duquesa de Goya, homenajeó al perrito que sale retratado y lo incluyó en unos pendientes. En 2017, fue más allá y le dedicó una colección a su madre, ya entonces un personaje histórico. «Resulta que el medallón que me regaló la reina Victoria Eugenia cuando nací se abría. Lo descubrió Rosa [Tous] al coger una lupa y ver la ranura. Era un regalo de la reina Victoria del Reino Unido, abuela de Victoria Eugenia, a la emperatriz Eugenia de Montijo, cuya hermana, Paca, fue duquesa de Alba. Había una inscripción que rezaba: Amitié (amistad, en francés). ¡Yo era la tercera Eugenia en tenerlo! Me inspiré en eso para mis joyas».

Vestido con volantes y pedrería de Teresa Helbig, pendientes de Tous y brazalete rígido de Eugenia by Tous. /

estilismo: gervasio pérez / foto: sergi pons

¿Se hace un lío con su árbol genealógico?

Mira, sí, porque es muy difícil. Hay que tener una memoria brutal. De un tiempo a esta parte, me preocupa un poco, porque no me acuerdo bien de las cosas. Pero, ¿sabes por qué tengo miedo? Mi madre murió de hidrocefalia… A veces pienso: «A ver si me va a pasar lo mismo».

No le gusta que la llamen duquesa.

No me avergüenzo. Al revés, le tengo cariño al título porque sé que para mi madre significaba muchísimo, ya que es el que llevó antes de que muriera su padre, pero jamás lo utilizo. No se me ocurre reservar mesa en un restaurante como la duquesa de Montoro. Para mí lo más importante es ser buena persona. Creo que soy muy normal, que no tengo ningún aire de grandeza y no aguanto a la gente prepotente.

Un día está con Hillary Clinton; al otro, con Belén Esteban.

Total. Es que yo a Belén la adoro.

¿Por qué es tan serio su hermano Carlos?

No lo conocéis, pero tiene mucho sentido del humor. Yo me troncho de risa con él.

¿Cómo cree que lo harán Fernando Fitz-James y Sofía Palazuelo?

Van a hacer un papel muy bueno y están modernizando todo.

Pero Cayetana era única e irrepetible.

Me temo que sí. Con ella, se rompió el molde.

Cuando murió su padre,
la duquesa de Alba se volcó en Eugenia. Pese a sus mil compromisos sociales, siempre llegaba a tiempo para acostar a su niña. La pequeña dormía en su cama y se probaba las joyas de su madre. Pero lo que más le gustaba era darse besos de mariposa con su madre. «Consistía en cerrar los párpados y abrirlos ligeramente», recuerda, de nuevo, emocionada.

Sin preaviso, un buen día,
Jesús Aguirre llegó a la Casa de Alba
. «Tuve que regresar a mi habitación. Estaba cerca de la suya y me enteraba de todo. Fui la primera en saber que se casaban». La foto de la pequeña con los brazos cruzados el día de la boda es sumamente gráfica. Nunca congeniaron. Le sigue pasando.
Su cara es el espejo de su alma. «Me cuesta callarme las cosas. Si hay algo que me sienta mal, necesito hablarlo. Y hasta que no lo suelto, no me quedo tranquila».

Hoy sonríe, aunque
podría haberse convertido en un ser insolente, como ella misma reconoce. Porque no sólo era la hija de todas las duquesas, sino que protagonizó
su propio cuento al casarse con un torero
con solera, Francisco Rivera. Aquella boda fue el acontecimiento del año 1998. El diario ABC publicó los fastos en portada con el titular: «En Sevilla tuvo que ser». «No salió bien, pero no me arrepiento. Yo guardo un recuerdo bonito de ese día. Para mí no es ningún fracaso. Las cosas empiezan y acaban. Punto. Se pasa muy mal, obviamente, pero como en cualquier desamor».

Fruto de ese matrimonio nació su hija, Cayetana.

Se me cae la baba con ella.

¿Es consciente de la responsabilidad que recaerá algún día en ella, al ser la futura duquesa de Montoro?

Yo creo que no. Estamos en otra época. Eso mi madre sí que lo llevaba muy arraigado.

Ahora está feliz con Narcís Rebollo.

Desde que lo conocí estoy en la mejor época de mi vida. Yo creo que ya me tocaba.

Siendo mánager de músicos tan importantes, tendrá muchas anécdotas…

Bisbal fue el padrino de mi boda en Las Vegas.

Eugenia cuenta su vida sin pretensiones, mientras sorbe un Bloody Mary a la hora del aperitivo, en el bar del Hotel Santo Mauro de Madrid. La entrevista debía desarrollarse tras la sesión fotográfica, pero tenía un plan mejor. «Te dejo porque voy a sacar a pasear a Gordi antes de que abran Liria para las visitas de la tarde». Gordi es un gorrino, al que, al parecer, le tiene mucho cariño. «Los cerdos son limpísimos, muy cariñosos y, por supuesto, inteligentísimos», dice sin pestañear.

Algún místico ya se habrá pronunciado al respecto: los seres humanos somos contradictorios por naturaleza. Qué rico está el jamón.

[Ríe] Sí, está muy rico, pero mis comidas son cada vez más sencillas. Me encanta el tomate con un poco de cebolla. Me chiflan las verduras, pero puedo pasar sin comer carne.

También tiene un burro, un caballo y muchos perros.

Son 10 perros adoptados, y he tenido muchos en mi vida. A los más importantes los voy a retratar en una colección de platos cuyos beneficios irán a una protectora. Recuerdo sus nombres.

Su madre también era una amante de los animales.

No he olvidado cuando íbamos a Marbella antiguamente, en el coche cama. Ella se llevaba a los perros, a los loros y hasta a un mono que teníamos. Y un día nos preguntaron si éramos del circo. A los loros los metía en unas cajas de madera con agujeros para que pudieran respirar y, cuando preguntaba el revisor que qué eran, les contestaba que porcelanas. ¡Qué disparate!

Cuénteme lo que les pasó en Japón.

Nos pasamos todo el tiempo saludándonos con la cabeza, incluso para ir al baño. Mi madre tenía una cita con los emperadores. No le gustaba el té verde y fue lo primero que nos ofrecieron. Me tuve que beber yo el suyo. Otra anécdota fue en el último viaje que hicimos juntas a Escocia. Uno de los paparazzi nos terminó llevando al hotel de lo que llovía.

Nos despedimos entre risas tras una hora de conversación que comenzó con lágrimas. Ella se monta en su Mini y desaparece con la urgencia del que tiene que hacer una llamada. No son las ocho de la tarde, pero como si lo fueran.





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