martes, octubre 14, 2025
Cuba

Todo lo que queda en Cuba son escuelas sin maestros, hospitales sin medicinas, clínicas sin electricidad


Así describe el medio estadounidense ‘The Hill’ el panorama que se vive en Cuba.

MIAMI, Estados Unidos. – Un artículo de opinión publicado en el medio estadounidense especializado en política The Hill sostiene que, mientras Venezuela “tambalea”, Cuba “empieza a caer”, y describe un panorama de apagones generalizados, colapso monetario, desplome azucarero y migración sin precedentes. 

“El drama puede ser menor, pero el peligro es real. Si Venezuela tambalea, Cuba empieza a caer”, escribe el analista Daniel Allott en la columna titulada “Venezuela is collapsing — and don’t look now, but so is Cuba” (en español, “Venezuela se derrumba — y ojo: Cuba también”).

Allot recuerda que el pasado 10 de septiembre “toda la red eléctrica de Cuba falló, sumiendo en la oscuridad a casi 10 millones de personas” y que ese fue “el cuarto apagón nacional en menos de un año”. Asimismo, atribuye el deterioro a “años de desatención” y al uso de crudos de alto azufre que han “lisiado” las plantas, en un contexto en el que “los envíos de combustible desde Venezuela —el salvavidas económico de La Habana durante dos décadas— ahora fluctúan de forma abrupta, a veces cayendo por debajo de 10.000 barriles diarios antes de repuntar”. 

El periodista también acota que Rusia y México han enviado cargamentos de hidrocarburos, pero que “ninguno ofrece estabilidad”.

El artículo, además, describe el impacto cotidiano de la crisis energética y del desabastecimiento: “En algunos pueblos, los residentes cocinan a la luz de las velas, cargan los teléfonos en el trabajo y duermen en las azoteas para escapar del calor”. 

En paralelo, retrata el derrumbe del poder adquisitivo: “El dólar se cotiza en la calle a 400 pesos cubanos, el nivel más débil del que se tenga registro”, mientras “los salarios estatales promedio equivalen a menos de 20 dólares al mes al tipo de cambio informal”. También señala que crece una “economía de dos velocidades” en la que el acceso a divisas —y no el trabajo o la habilidad— “determina quién come bien y quién no”.

Asimismo, la columna subraya la magnitud del declive azucarero: “Se espera que la zafra azucarera de este año caiga por debajo de 200.000 toneladas, la más baja desde el siglo XIX”. En contraste, recuerda que “en la década de 1980, las zafras superaban los 8 millones” y que hoy “Cuba está importando azúcar cruda”, lo que califica de “inversión asombrosa” para un antiguo “superpoder agrícola”.

En cuanto a la relación con Caracas, Allott sostiene que el “vínculo revolucionario” entre La Habana y el chavismo “se está desgastando”. Asegura que “los envíos de petróleo venezolano a Cuba se han desplomado, de aproximadamente 56.000 barriles diarios en 2023 a apenas 8.000 en junio de 2025”. Según el texto, ambos gobiernos “se apuntalan mutuamente con una fuerza menguante —dos revoluciones exhaustas aferradas a la misma ideología desvanecida”.

La columna también apunta a un deterioro de servicios sociales y a mayor coerción política: “En ambos países, la fuerza ha reemplazado a la persuasión. Periodistas independientes son encarcelados, los críticos son hostigados y los ciudadanos susurran sus frustraciones en privado”. Allott resume el estado de los programas sociales en una frase tajante: “Todo lo que queda son escuelas sin maestros, hospitales sin medicinas, clínicas sin electricidad”.

Como indicador del desangre demográfico, el autor afirma: “En los últimos cuatro años, aproximadamente dos millones de cubanos —casi el 20% de la población de la Isla— han huido”. La salida de profesionales afecta hospitales, universidades y emprendimientos, mientras “las familias quedan dispersas, las aulas vacías y la innovación estancada”.

El texto recoge además declaraciones del disidente cubano y exprisionero político Óscar Elías Biscet, quien equipara la naturaleza de ambos regímenes: “Cuba y Venezuela son dictaduras gemelas que se sostienen mutuamente a través de la corrupción y el crimen transnacional”. Según la cita, “el régimen comunista castrista ocupa de facto las instituciones políticas y militares de Venezuela y las utiliza para exportar represión y traficar drogas hacia Estados Unidos”.

Allott describe el mando político en Cuba como concentrado en una élite histórica: “Formalmente, el presidente Miguel Díaz-Canel lidera Cuba. En realidad, las decisiones siguen fluyendo desde un pequeño grupo de revolucionarios envejecidos —Raúl Castro, ahora de 93 años, y algunos camaradas de larga data en sus noventas—”, y afirma que la consigna de “continuidad” significa para muchos cubanos “asfixia continuada”.

La columna sitúa este cuadro en un tablero regional donde “Washington vuelve a estar enfrascado en un juego de alto riesgo en el Caribe”, con “buques de guerra estadounidenses patrullando frente a Venezuela” y destruyendo embarcaciones sospechosas de narcotráfico como “muestra de fuerza” para presionar a Nicolás Maduro.

Pese a la gravedad del diagnóstico, el autor introduce un matiz: “Para ser justos, Cuba no es Venezuela. Sus fuerzas de seguridad se mantienen disciplinadas. El turismo y las remesas todavía aportan dólares que Caracas solo puede envidiar. La emigración impide que la ira hierva. Y el Partido Comunista ha sobrevivido a tantos choques que siempre es arriesgado pronosticar su colapso”.

Como conclusión, Allott advierte que el deterioro cubano podría tener repercusiones hemisféricas mayores que el venezolano: “Las luces titilantes de La Habana pueden ser la próxima señal de alarma del hemisferio”.



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