Vita Flumen, la fotógrafa mexicana que retrata la vida «imposible» de los cubanos
CDMX, México. – Una fotógrafa mexicana viaja a Cuba en 2022, por primera vez. Mira y fotografía la gente en la calle, la gente angustiada, la gente feliz, la gente corriendo, la gente buscando comida, la gente amamantando a sus hijos. Mira la penumbra en la puerta de las casas, y entra. Y hace más fotos.
Sin proponérselo inicialmente, Vita Flumen, que es como prefiere llamarse la fotógrafa Sandra Hernández (CDMX, 1974), captó la imagen cotidiana sobre todo de una ciudad ―La Habana―, que, por cotidiana y agobiante, a veces no despierta el interés de quienes la viven, y sufren.
Vita Flumen ―que significa en latín que la vida fluye, como un río― no quiere hacer fotografías políticas porque, según ella, son las que dominan una vertiente del imaginario gráfico cubano. Pero, aunque no quiera, sigue el mismo camino que otros recorrieron antes (ella, no su obra): va buscando la luz, pero encuentra, retrata, la vida “imposible” de los cubanos.
―¿Con qué ojos viste a Cuba la primera vez? ¿Con los de una turista o los de una fotógrafa?
―En 2022, yo fui con un grupo de fotógrafos a Cuba; esa era la primera vez. Aunque ya había estudiado sobre el tema, sobre el país, aunque había leído algunas referencias, evidentemente la realidad siempre resulta diferente. Yo fui con ojos de fotógrafa sin saber realmente lo que iba a encontrar o lo que me iba a mover. Digamos que fue una exploración: fui para poner un poco los pies en la tierra, para ver con mis propios ojos algo que me habían platicado, algo que había leído, y poderme hacer mi propia idea.
Incluso, hay material de la primera vez en mi proyecto, pero siento que es la primera capa de todo lo que estaba viendo. Fue una primera vez de meterme al agua de alguna forma, de zambullirme en la realidad cubana con mi propio cuerpo, con mi propia piel.

―¿Fue muy diferente lo que encontraste a lo que te contaban?
―Cuba ha sido muy diferente de lo que había concebido en mi imaginario. Por un lado, más conmovedora, y, por otro, más dura y difícil de asimilar. Es un lugar en el que la realidad supera a la ficción, para bien y para mal.
―¿Cómo se te ocurrió la idea de “Sobreviviendo a lo imposible”? ¿De una vez, o la fuiste elaborando poco a poco?
―“Sobreviviendo a lo imposible” es un proyecto que surgió después de mis primeras visitas a Cuba. En un principio yo comencé con un proyecto que se llamaba “Puertas Abiertas” porque justamente lo que iba haciendo era meterme en las casas abiertas que veía en mis deambulaciones por las calles de La Habana, de Trinidad, de algunas de las ciudades que visité. Así comenzó: yo veía una puerta abierta de una casa, me metía y, si las personas me recibían, yo convivía con ellas, hablaba con ellas, tomaba algunas fotos y demás.
De ese modo, “Puertas Abiertas” es la antesala de “Sobreviviendo a lo imposible”. En el segundo proyecto pude salir de la exploración de lo que pasaba todos los días en la calle para poder entrar a los hogares de las familias cubanas y sentarme a hablar con ellas y escuchar de viva voz sus experiencias, sus propias versiones y sus inquietudes. Digamos que fue como un escalón o el siguiente paso evolutivo de mi trabajo en Cuba. No obstante, “Sobreviviendo a lo imposible” es un proyecto que todavía está en curso y que busco que sea lo más profundo posible y que, cada vez, en cada vuelta que doy a Cuba, pueda ir quitando una capa más de percepción.

―¿Qué crees que puede ver una fotógrafa mexicana que no vemos nosotros, los cubanos?
―Yo creo que cuando alguien mira desde fuera una situación con una perspectiva interna, con un poco de distancia ―una distancia emocional, una distancia afectiva, psicológica, sociológica, como la quieras llamar― hay una aportación a un tema.
Por un lado, Latinoamérica comparte muchas realidades y eso a mí me ha hecho sentirme no ajena o sentirme familiarizada con muchas cosas que suceden en Cuba, porque también veo que suceden en México. Entonces, siento que la ventaja que he tenido es que he encontrado gente que confía en mí, por alguna razón. Tengo amigos cubanos que me dicen que por el mismo hecho de ser extranjera, de ser mujer, la gente confía más en mí que en la propia gente de Cuba.
Es una situación un poco compleja. No sé realmente por qué sucede; lo único que yo puedo decir es que estoy consciente de que ha habido gente que me ha dado su confianza y me ha abierto las puertas de sus casas para dejarme fotografiar, para dejarme retratar, para dejarme documentar sus vidas. Y me siento con esa deuda, no en mal sentido. Me siento con el compromiso y la responsabilidad de retribuir esa confianza que la gente ha depositado en mí.
Recuerdo que una amiga fotógrafa dijo que quizá esta sea la única manera que va a tener mucha gente de salir de la Isla ―es algo que suena un poco duro, pero a la vez poético―. Esta es una manera de sacarla, es una manera de hacer visible una situación que, por alguna razón, se ha puesto un poco en el olvido a nivel mundial; es una manera de recordar, por un lado, que están sucediendo muchas cosas en Cuba, que hay una situación de urgencia, pero también, por otro lado, que es un pueblo con un espíritu único. Es algo que no he visto en otro lado y que honro o pretendo honrar a través de mis fotografías, sin romantizar, o sea, entiendo la situación compleja, pero también admiro la fortaleza y admiro la resiliencia y admiro el espíritu del pueblo cubano.

―¿Has convivido con estas personas (las fotografiadas)? ¿Las has conocido?
―Este proyecto lo he hecho desde dos aproximaciones, vamos a llamarles así. La primera es una aproximación completamente espontánea, que me permite fotografiar las cosas sin intervenir o interviniendo lo menos posible; entonces es una aproximación espontánea que genera cierto material muy auténtico y que nutre la historia.
Mi otra aproximación sí que ha sido convivir con gente, sentarme a hablar, conocer sus historias. Es gente a la que, cuando vuelvo, visito y quizá le vuelvo a hacer fotos. Entonces, el material que forma parte de este proyecto proviene tanto de escenas espontáneas donde no convivo con la gente y otra parte sí que viene de tomas hechas ya con gente con la que convivo, gente a la que conozco.
Siento que las dos aproximaciones son complementarias porque nos muestran desde diferentes enfoques la realidad: desde lo que vemos como espectadores de manera espontánea hasta lo que sucede ya producto de esta confianza y de esta convivencia con la gente.

―Tanto en las escenas y espacios como en las personas fotografiadas, se trasluce la angustia de un país donde, bien dices, se sobrevive a lo imposible. ¿No te alcanza a ti esa angustia?
―Por supuesto. Estoy consciente de que es una situación que no termino de entender. No pretendo que este trabajo que hago se vea como “la verdad” o como que soy una experta en Cuba; siento que no me va a alcanzar la vida en comprender una situación tan compleja y, cuando busco explicación en la propia gente de Cuba con la que he hablado y con la que he convivido, veo que tampoco, que hay muchas opiniones encontradas, cosa que me parece normal ante una situación tan complicada, tan compleja, tan cambiante, tan extrema.
Sí me alcanza la angustia, pero más que angustia siento impotencia, porque la única manera de hacer activismo para mí es a través de la fotografía y hay situaciones en las que me pregunto si eso es suficiente. Sin embargo, esa es la trinchera que he escogido. Quizás sea un deseo demasiado ambicioso, pero espero que estas fotografías puedan mover, puedan invitar a la reflexión y demás. Siento que a través de las fotos puedo hacer esa especie de activismo o de misión, y es una manera de combatir esta impotencia que siento y esta solidaridad con la gente que he conocido, con el pueblo cubano, y también un poco el enojo de verlo ante esta situación que siento que cada vez empeora más. No hay nada más que yo desee que ver una luz al final del túnel, un poco de esperanza para que la situación mejore.

―En internet, en las revistas, en todas partes, abundan las imágenes estereotipadas de Cuba que explotan, incluso, lo que algunos han llamado “pornopobreza”. ¿Cómo evitas tú el estereotipo?
―Esta es una pregunta complicada porque, para ser honesta, no sé si estoy superando o evitando el estereotipo. Eso lo intento. Por un lado, he visto muchos trabajos que se han hecho de Cuba y encuentro dos vertientes: la primera es muy superficial y la segunda más profunda.
En la segunda encuentro también que, a veces, hay una tendencia política, de la cual prefiero alejarme. Hacer un trabajo sobre un lugar en el que no vivimos implica mucha investigación, implica sensibilizarse, implica acercarse a la gente. Aunque no se termine de entender un lugar, supongo que al ir quitando las capas a medida de que una va conociendo más, se puede descubrir que efectivamente no todo es la pobreza, sino que la situación es mucho más compleja, y esa complejidad es lo que busco retratar con mis imágenes.

―Sin dudas, la vida callejera y hasta la vida al interior de las familias que has retratado, captan la ciudad, a la gente… ¿No quisieras también ir al campo cubano, retratar cómo es la vida allí?
―Definitivamente, ese es uno de mis objetivos a futuro: abarcar más zonas de Cuba. Este es un proyecto complejo que requerirá tiempo y también abarcar geográficamente otras regiones del país para poder obtener un mapa un poco más amplio, un mapa ―y lo digo de manera literal y de manera figurada―, una perspectiva más amplia, porque efectivamente me ha tocado estar en otras regiones más pequeñas, menos pobladas y veo que la realidad es distinta, no se ve lo mismo que se ve en La Habana. Cuando he estado en Matanzas o en Playa Larga, puedo ver otras realidades que obviamente también son Cuba. Los que estamos fuera vemos más imágenes de La Habana, y eso es lo que ha formado el imaginario colectivo.